miércoles, 7 de abril de 2010

El mismo cielo...


Aquella poética y mágica escena se destrozaba por la sangre de mi cuerpo derramándose sobre el suelo. Se corrompía con la escena violenta que estaba viendo en primer plano. En segundo término quedaba el mar, la ciudad, la Luna, el cielo estrellado. Yo en cambio sólo pude ver sangre, la sangre que caía de mi boca, el rostro de mi asesino y el humo de su cigarro proyectado sobre mi cara. Sentía cómo los brazos se desprendían de mi cuerpo, cómo mis miembros se desgarraban, cómo mis órganos eran partidos a la mitad con la precisión de un cirujano, cómo mis huesos cedían ante el filo de su espada...

Todo aquello parecía una película, veía como era un simple extra que el héroe había sometido bajo el yugo de su espada, pero mientras no podía quitar de mi cabeza la preciosa postal que descansaba en la orilla del mar detrás del hombre que se había convertido en mi muerte...

¿Es esto el cielo? Al menos parecía el mismo cielo, el que ví ya tiempo atrás...

Se fue el sonido y mis párpados cayeron como una losa. Todo se volvió negro. Sin duda aquel era el fin.

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