lunes, 3 de mayo de 2010

Actos de una obsesión

ACTO I.

¡Sálvame! Me gritaba con la mirada cada vez que la veía con aquel saxofonista loco que se negaba a dejarla ir. Tenía la mirada de alguien que está atrapado, que no puede salir, y su sonrisa estaba rota desde hacía tiempo.

¡Sálvame! Sentía en mi corazón cada vez que intercambiábamos una mirada furtiva, era como si su cuerpo quisiera flotar con el mío por una atmósfera infinita, huyendo los dos de quien nos aprisiona.

Nunca pensé en follar con ella, jamás. Sólo pensaba en el amor que le profesaba en silencio, sólo en mirarla, pasarme horas haciéndolo, mirándola sin que me viese, y besarme cuando se diera cuenta.

Ansiaba pasar unos minutos con ella, no hacía falta que fueran horas, así no le daría tiempo a cansarse de mí, sólo pequeños períodos de cinco, diez minutos a lo sumo.

Recuerdo aquella noche en el bar, yo estaba drogado como de costumbre, y mi percepción de la realidad estaba tan alterada que era capaz de verme desde el techo. Ella también estaba drogada, fue muy raro porque yo sentía que ella me miraba todo el rato, con esa mirada de tristeza que la caracteriza. Me miraba y yo la miraba, pero en ningún momento pude estar seguro de que eso que estaba pasando era cierto. Cuando la miraba soñaba con tocarla, mi cabeza se iba a mundos donde estábamos ella y yo acariciando nuestras manos.

Se deslizaba encima de mi cuerpo como una pluma y yo la abrazaba.

Esa noche fue mágica, porque sentí que ella sentía lo mismo, que teníamos el mismo pensamiento en la cabeza, que las cosas que había imaginado mientras la miraba no eran sólo mías, había estado con ella y ella conmigo.

Pero el amor es lo que tiene, la vida a veces te da tan fuerte que no puedes volver a recuperarte. El saxofonista loco la seguía aprisionando, pero ella ya no parecía gritarme: ¡Sálvame! cuando la miraba. Ya no parecía suplicar ayuda, parecía feliz bromeando con el loco saxofonista.

Odiaba verla reír. Por cada carcajada se alejaba un metro de mí. Odiaba verlos juntos en cualquier sitio. Le odiaba a él y me odiaba a mí mismo. Me odiaba por no saber conquistarla, porque un saxofonista loco se la había llevado de mis brazos, me había arrancado una parte de mi vida. Me sentía vacío cuando la miraba y, en vez de mirarme ella como pasaba siempre, me miraba él. Trataba de intimidarme con su honda y profunda mirada de saxofonista loco, pero nunca fue capaz de hacerlo, ya que mi mirada debía ser mucho más horrible, y, sobretodo, mucho más vacía que la suya.

Sus piernas eran tan largas como una fría noche de perdición, y sus ojos tan tristes como la perdición en sí misma. Sentía que debía estar con ella porque éramos iguales, estábamos perdidos en un mundo que no nos correspondía, que no nos comprendía y que jamás lo iba a hacer.

Navegábamos en un mar de dudas. Yo al menos me sentía tan solo que a veces me planteaba morirme, o irme tan lejos que nadie me conociera para empezar una nueva vida.

Pero entonces llegó ella, y me hizo cambiar de opinión, me dio la vida al igual que ahora me la estaba quitando. Necesito besarla pero ni siquiera me atrevo a hablarle cuando está el saxofonista loco delante.

Pasan los días y nada avanza. Las miradas, los gestos… han cambiado. Ya no me ofrece su fuego en un solo cruce de nuestros ojos, o me grita que la salve y la haga huir de sus brazos.

Ahora pienso que es feliz con el saxofonista loco. Cuando sonríe, sigue teniendo la misma sonrisa rota de siempre, y esos ojos tristes, pero hay algo en ella que la hace parecer feliz. Ya no creo que quiera venir conmigo, que quiera sentirse completa con alguien que la entiende como yo.

Ya no creo que quiera unirse conmigo creando el ser perfecto, hecho por el amor de dos personas, haciendo desaparecer el odio que el mundo genera alrededor. Ya no creo que quiera ser yo...

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